El Maratón de la Ciudad de México volvió a estar en las noticias, no solo por los 23 mil corredores que sí completaron la ruta, sino por los miles que hicieron trampa: algunos se metieron al recorrido faltando kilómetros, otros usaron el Metro para acercarse a la meta, y varios más presumieron en redes sociales “su hazaña” sin haber corrido los 42.195 km.
Y aquí es donde el deporte nos da un espejo: en la vida, como en el maratón, siempre hay quien busca el atajo. La medalla sin el esfuerzo, el aplauso sin el sacrificio. Pero al final, como decía David Noel Ramírez Padilla, “la ética no se predica, se vive”.
Porque detrás de cada trampa hay algo más profundo: la cultura del relativismo y la incongruencia. Esa misma que David Noel denunciaba al hablar de la Hipoteca Social: “El bien es bien aunque nadie lo practique, y el mal es mal aunque todo mundo lo haga”. Si lo normalizamos en lo pequeño —copiar en un examen, colarse en una fila, saltarse kilómetros en un maratón—, después no nos sorprendamos cuando lo grande también se corrompe.
El maratón nos deja varias reflexiones:
No seas indiferente. Cada vez que vemos una trampa y callamos, somos cómplices. En el maratón hubo cuentas como “CazaTramposos” que exhibieron a quienes no corrieron. En la vida, también necesitamos quienes se atrevan a señalar lo que está mal. Como decía Ramírez Padilla: “Lo que más duele en México no es la violencia, sino la fría indiferencia.”
Sé congruente. La medalla que presume el tramposo es hueca. En cambio, la de quien corrió cada kilómetro, aunque haya llegado al final en las últimas posiciones, tiene un peso real. En la vida pasa igual: lo que vale es lo que construyes con autenticidad. El atajo puede dar brillo inmediato, pero nunca dará satisfacción verdadera.
Haz que cuente. Tu esfuerzo, tu tiempo, tu atención… son semillas. ¿Qué ejemplo dejamos a quienes nos rodean? ¿Qué cultura fomentamos? Como en la ruta del maratón, cada paso cuenta, y lo que haces en tu metro cuadrado inspira más de lo que imaginas.
Al final, el maratón de la CDMX no solo exhibió trampas. También mostró miles de historias de esfuerzo, de corredores que lucharon contra calambres, cansancio y dudas para llegar a la meta. Eso es lo que vale. Porque el maratón, como la vida, no se trata de llegar rápido, sino de llegar con dignidad. Y hoy, todos, empezando por nuestros hijos, tienen hambre de dignidad.
La pregunta es: ¿vas a cruzar la meta con una “medalla”, o con una historia que valga la pena contar?