En la mayoría de los deportes, cuando se entrega un trofeo, el centro de atención se lo roba el campeón. Pero el tenis hace algo diferente. Algo noble. Algo profundamente humano.
En cada final —sea en Wimbledon, el US Open, Roland Garros u otro— no solo habla el que ganó. También lo hace el que perdió. ¿Qué difícil no? No pasan ni minutos de la derrota… y te toca.
En este deporte, el subcampeón se para ante miles de personas, toma el micrófono y, con el corazón en la garganta, dice unas palabras. Felicita a su rival. Agradece a su equipo. Acepta el resultado. No siempre con sonrisa. A veces con lágrimas. Pero siempre con dignidad.
Esta semana, en la final femenil de Wimbledon, Amanda Anisimova dio uno de esos discursos difíciles de olvidar. Recién terminada la derrota, con el rostro aún enrojecido por el esfuerzo y el dolor, trató de hablar… pero no pudo. Se le quebró la voz. Bajó la mirada. Tomó aire varias veces. La gente la aplaudía con compasión. Y entonces, retomó. Como pudo, pero retomó. Felicitó a su contrincante. Le agradeció a su equipo. Y cerró con una frase simple, temblorosa, pero poderosa: “Estoy orgullosa de lo que logré.”
Algo icónico paso en 2009, en Australia, Roger Federer —probablemente uno de los mejores jugadores que ha pisado una cancha— tampoco pudo terminar su discurso. Lloró desconsolado tras perder ante Nadal. No hablaba. Solo lloraba. El estadio entero se puso de pie. Y Nadal, campeón en ese momento, lo abrazó y le dijo: “Vamos, eres uno de los más grandes de la historia.”
Y tenía razón. Porque lo que hace grande a un jugador no es solo la victoria… es también cómo asume la derrota.
Cuando el que perdió habla, no busca justificar. Busca reconocer. No hay excusas, hay respeto. No hay quejas, hay agradecimiento. Es fácil hablar cuando ganas. Pero hablar cuando perdiste… eso es carácter. Dicen por allí: “En los días de derrota, se mide la estatura del alma.”
Aceptar la derrota frente a miles de personas requiere valentía. No es fingir que no duele. Es mostrar que, incluso cuando duele, se puede agradecer, se puede reconocer al otro, se puede seguir de pie. Esa es una lección que trasciende el deporte. También en la vida, en los negocios, en las relaciones: perder no te define… cómo reaccionas, sí. “El que sabe perder, está un paso más cerca de volver a ganar.”.
Algunos creen que felicitar al otro es rendirse. En realidad, es elevar el juego. El respeto público fortalece el carácter. En un mundo cada vez más ruidoso, agresivo y competitivo, ver a alguien que pierde y aplaude al otro, gana respeto.
El tenis tiene esa delicadeza: nos recuerda que la competencia no está peleada con la humildad. Que la derrota puede doler, pero no deshonra. Que perder… también es parte del deporte. Y de la vida.
Quizá el mundo sería un poco mejor si en más ámbitos —en la política, en los negocios, en las escuelas— también se escuchará al subcampeón. No para aplaudir la derrota, sino para reconocer el carácter.
Porque al final, cuando el que perdió habla con honestidad y respeto… también gana.