Tiger Woods cambió el golf. No solo por sus domingos inolvidables, su dominio en los majors o su impacto cultural. Lo cambió porque nos convenció de que, para ganar, había que entregarlo todo. Todo. Como él, Kobe, Jordan, y tantos otros que hicieron del triunfo su única religión.
Ganar era la medida de todas las cosas. Y perder, sencillamente, no existía.
Durante años, pensamos que ese era el camino inevitable hacia la cima. Hasta que llegó alguien como Scottie Scheffler.
La semana pasada, antes de iniciar el Open Championship en Royal Portrush, Scottie soltó una frase que dejó a todos pensando:
“Trabajas toda tu vida para ganar un torneo… y esa euforia dura unos minutos. Luego te preguntas: ¿qué vamos a cenar?”
No lo dijo como queja, sino como constancia de algo que ha ido descubriendo: ganar es espectacular, pero no es suficiente. Y sin embargo, unos días después, ganó.
Scheffler no solo ganó el Open. Lo dominó. Terminó con -17, embocando el 93.7% de sus putts dentro de los 10 pies. Lo hizo ver fácil. Lo hizo ver tranquilo. Como si ganar fuera una consecuencia, no una obsesión.
Con ese título, se unió a un club reservado: solo él, Tiger Woods, Jack Nicklaus y Gary Player han ganado el Open, el Masters y el PGA Championship antes de cumplir 30.
Lo impresionante no es solo la estadística. Es cómo lo hace.
“Si algún día el golf afecta mi hogar, o mi relación con mi esposa o mi hijo, ese será el último día que juegue profesionalmente.”
Esas no son palabras vacías. Son su brújula. Su forma de mantenerse humano en un mundo que exige ser máquina. De no perderse cuando todos gritan que hay que darlo todo.
Hay algo profundamente honesto en lo que dice Scheffler. Habla del “vacío” que a veces viene después del logro. De cómo el aplauso se apaga. De cómo incluso llegar al número uno del mundo puede sentirse hueco si no hay algo más.
“He trabajado toda mi vida para ser bueno en este deporte. Y lo he logrado. Pero no estoy aquí para inspirar a alguien a ser el mejor golfista del mundo. ¿Cuál sería el punto? Esto no es una vida plenamente satisfactoria.”
Ganar, por sí solo, no basta. Puede llenar la agenda. Puede llenar la cuenta. Pero no siempre te sientes pleno.
Scheffler ha encontrado un equilibrio poco común. Quiere ganar, claro. Es competitivo, disciplinado, apasionado. Pero no ha dejado que eso se trague todo lo demás.
“Prefiero ser un gran padre a ser un gran golfista.”
Y no lo dice después de retirarse, como Tiger o Kobe. Lo dice en la cima de su carrera, mientras gana majors y deja a todos atrás.
En un mundo que premia el exceso, la prisa y el sacrificio total, Scheffler nos recuerda que la plenitud no está peleada con la excelencia. Que se puede ser el mejor… sin dejar de ser uno mismo.
El trofeo dura unos minutos. Lo que haces con tu vida, con familia, con los demás, con tus prioridades… eso sí perdura.
Y quizás, ese sea el verdadero major que todos queremos ganar.