Tres días… Eso fue lo que tardó la NBA en pasar de la emoción de una nueva temporada… al escándalo.
El jueves pasado, el FBI arrestó a 34 personas en dos operativos distintos por apuestas ilegales y lavado de dinero. Entre los detenidos están Terry Rozier, jugador de los Miami Heat, y Chauncey Billups, entrenador de los Portland Trail Blazers.
- Rozier habría fingido una lesión en un juego para ganar apuestas con “unders”. 
- Billups, por su parte, está implicado en una red de póker amañado con vínculos a la mafia. 
La noticia cayó como un balde de agua fría no sólo a la NBA, si no al mundo deportivo, que en los últimos años, se ha entrelazado al mundo de las apuestas: patrocinios, alianzas, apps, banners, y anuncios omnipresentes.
Hoy, la línea entre deporte y negocio nunca había estado tan difusa… ni tan peligrosa. El periodista Dan Wolken lo resumió: “Por primera vez desde que los logos de apuestas entraron a las arenas, hay que preguntarse si esos ingresos realmente valen el costo.”
Porque el costo no se mide en dólares. Se mide en confianza. En credibilidad. En integridad.
Hace algunos años yo personalmente escribí sobre este tema. Decía que cuando veía un partido de la Liga MX ya era imposible escapar de los anuncios: “apuestas en vivo”, “tu primer depósito va por nosotros”, “haz tu jugada ahora”. Recordaba cuando apostábamos entre amigos en el Caliente antes del Super Bowl —si el himno duraría más de dos minutos o el color del Gatorade del coach ganador—. Era un juego. Hoy es una industria.
Según datos de Apuesta Legal, el negocio de apuestas deportivas en México superó los 2 mil millones de dólares, cuando antes de la pandemia era de apenas 600 millones. En Estados Unidos, el 2022 rompió récord con 80 mil millones de dólares apostados desde celulares.
Y los equipos no son ajenos: todos los clubes de la Liga MX tienen una casa de apuestas en su fila de patrocinios. Antes era Bimbo, hoy es Caliente u otro.
Y mientras los gobiernos dicen preocuparse por el fentanilo o los cárteles, ¿quién habla de la ludopatía? ¿Vale más el ingreso fiscal que la salud social? ¿Vale más el patrocinio que el ejemplo?
Un estudio de la Universidad de Bristol midió el nivel de saturación publicitaria en el hockey y el básquetbol. Durante las finales de la Stanley Cup y la NBA, se observaron 6,282 menciones relacionadas con apuestas en sólo 13 partidos. En promedio, una cada 13 segundos. Sí, cada 13 segundos.
Y en ese ritmo tan acelerado, lo que se pierde es el espíritu del juego. La emoción genuina se reemplaza por la expectativa de la ganancia. El fan deja de ser aficionado… y se convierte en apostador.
No es un tema menor. Es un recordatorio ético de que, cuando el dinero manda, los límites se desdibujan. Y cuando los límites se desdibujan, el juego deja de ser limpio… se pierde la integridad del deporte.
La NBA, la Liga MX, las ligas del mundo y nosotros mismos enfrentamos el mismo dilema:
 ¿Cuánto vale la integridad? ¿Vale un patrocinio? ¿Un contrato? ¿Una oportunidad?
Porque no solo las ligas se contaminan con la codicia. También las empresas, las familias, las instituciones.
La ludopatía no solo destruye patrimonios; destruye criterios… familias y sociedades. Y si no tenemos el valor de ponerle un alto, un día nos daremos cuenta de que lo que apostamos fue la integridad… y nuestra sociedad.

