Soy seguidor de la NFL y sobre todo, de mis Patriotas de Nueva Inglaterra… Así que hablar de Bill Belichick es sinónimo de éxito: seis anillos de Super Bowl y veinte años de dominio en la liga.
Pero este último año, en su rol de entrenador de la Universidad de North Carolina en el fútbol americano colegial, ha sido totalmente lo opuesto.
Hoy, Belichick es noticia no por sus victorias, sino por su desconexión. Ha perdido cuatro de cinco partidos y tiene un vestidor “roto”. En lugar de inspirar, ha aislado a su equipo. En vez de construir cultura, ha dividido.
Aparentemente, todo parte de un error fundamental: pensar que uno es más grande que el equipo. En la NFL, él era la autoridad absoluta. En Colegial, esa fórmula no le ha funcionado, y no lo hará. Aquí, el reclutamiento, la cercanía con los jugadores, la gestión emocional y el trabajo con jóvenes son esenciales para el éxito.
Nick Saban, otro coach histórico, en la Universidad de Alabama, lo entendió bien. Cuando le preguntaron si creía ser el mejor entrenador del país, respondió: “No, no lo soy. No soy nada sin mis jugadores. Pero sí soy un gran reclutador.”
Esa diferencia lo explica todo. Bill llevó a North Carolina su genio… pero también su ego.
En los negocios pasa lo mismo. Muchos líderes olvidan que lo que los llevó a la cima —el enfoque, la excelencia, la disciplina— no siempre es lo que los mantendrá ahí. A veces, el siguiente nivel exige desaprender, escuchar y adaptarse. Como escribió Jim Collins en Good to Great: “Las empresas que caen no lo hacen por perder competencia, sino por perder humildad.”
Se nos olvida que la grandeza en un entorno no garantiza éxito en otro. El liderazgo no se hereda: se gana, se revalida, se reinventa. Lo que funcionó ayer no necesariamente funcionará mañana. En la vida profesional, pasar de un entorno corporativo a uno emprendedor, o de un rol técnico a uno de liderazgo, requiere desaprender. No basta con experiencia; se necesita empatía y disposición para volver a empezar. El curriculum “pesa”, pero no lo es todo.
Recordemos, que el líder que pone su nombre por encima de la organización está condenado a quedarse solo. Todo proyecto sostenible —sea una empresa, un equipo o una familia— tiene éxito cuando el propósito común está por encima del de uno. Tan fácil, pero se olvida. Salvador Alva lo dice muy bien: “el liderazgo no es una posición de poder, sino una oportunidad de servir. Cuando el líder se olvida de esto, se convierte en su propio obstáculo”.
Y finalmente, una lección humana: la humildad es la forma más alta de inteligencia.
El líder sabe cuándo escuchar, cuándo delegar y cuándo admitir que no sabe. Los grandes equipos no se sostienen en el miedo ni en la reputación, sino en la confianza y el respeto mutuo. ¡Ojo!
Es muy probable que el paso de Belichick por North Carolina termine pronto. Pero su historia servirá como espejo para muchos líderes que, al igual que él, olvidaron que dirigir no es mandar: es servir. Porque el verdadero liderazgo no se mide en títulos o trofeos, si no en comunidades que trascienden en el tiempo. ¡Sé un líder y no un jefe!