Hace algunos días vi un dato que me llamó la atención: Ted Scott, el caddie de Scottie Scheffler, ha tenido mayores ingresos en este 2025 (1.92 millones de dólares) que un jugador promedio en el Tour de la PGA (1.73 millones). Y más allá de la cifra, lo que me hizo detenerme fue el rol del caddie.
Porque en un deporte tan individual como el golf, sorprende —y al mismo tiempo enseña— que los grandes campeones nunca caminan solos.
El golfista es quien da el swing. El que aparece en los titulares y en la TV. Pero detrás de cada uno, hay alguien que pasa desapercibido: su caddie.
A simple vista, pareciera que solo lleva los palos. Pero el que entiende un poco de golf sabe que el papel del caddie va más allá: es estratega, psicólogo, meteorólogo, motivador y, sobre todo, omnipresente. Está ahí en cada paso del recorrido, compartiendo silencios, frustraciones, decisiones clave… y también la gloria.
Tomemos el caso de Jim “Bones” Mackay, quien fue caddie de Phil Mickelson durante más de dos décadas. No solo le ayudaba a elegir el palo correcto, sino que conocía el estado emocional de Phil, su lenguaje corporal, su tendencia a arriesgar. En una ocasión, Bones le pidió que no intentara un tiro agresivo y que pensara en su familia. No era sólo golf. Era una conexión.
O Steve Williams, el caddie de Tiger Woods durante su época más dominante. Años después, Tiger diría que sin Steve, no habría ganado varios de sus torneos. Y no lo decía por cortesía.
Lo que hay detrás de estas historias es una verdad: todos necesitamos un caddie. Alguien que camine a nuestro lado sin buscar protagonismo, que vea lo que nosotros no vemos, que nos ayude a pensar con calma en medio del ruido. Un mentor, un amigo leal, un colega que nos diga la verdad cuando estamos por cometer un error. Alguien que no da el golpe por nosotros, pero que está ahí para que no lo demos solos.
El valor del caddie no está en brillar, sino en acompañar. No se trata solo de cargar palos, como no se trata solo de hacer tareas en la oficina, ni de cuidar sin reconocimiento en casa, ni de enseñar sin reflectores en una escuela. Lo invisible también construye.
Acompañar, en ese sentido, es un arte. No es fácil caminar al lado de alguien sin robarle el foco ni dejarlo solo. El buen caddie sabe cuándo hablar y cuándo callar. Cuándo empujar y cuándo esperar. Ser buen acompañante requiere sabiduría emocional, humildad e intuición.
Incluso los mejores —Tiger, Mickelson, Scheffler— necesitan guía. Porque el talento puede ser inmenso, pero una voz externa y honesta es indispensable para mantenerse firme cuando todo tiembla. Como dicen por ahí: “Si quieres ir rápido, ve solo. Si quieres llegar lejos, ve acompañado.”
Quizá tú también has tenido un “Ted Scott” en tu vida. Y quizá, sin darte cuenta, tú has sido el “Ted Scott” de alguien más.
Porque en la vida, como en el golf, caminar solo es posible… pero caminar bien, casi nunca se logra sin compañía. ¿Me ayudas cargando los palos “caddie”?