Hace un par de meses me tocó ver en vivo la final de la NHL entre las Panteras de Florida y los Oilers de Edmonton. En el juego que presencié hubo, al menos, tres o cuatro peleas. No fueron empujones aislados ni roces accidentales; eran enfrentamientos directos, a golpes, en medio del hielo y bajo la mirada de todos. Al principio me sorprendió que algo así fuera tan frecuente, pero conforme avanzaba el partido entendí que esas peleas forman parte del juego, y que incluso tienen una función muy particular.
En el hockey, la pelea tiene un espacio y un tiempo definidos. Sucede en la pista, con reglas claras y consecuencias inmediatas. Se sabe quién pelea, cuánto dura, y cuándo se termina.
En esencia, es una válvula de escape que ayuda a liberar tensiones y evita que la frustración se acumule. Paradójicamente, esa confrontación controlada ayuda a que el juego fluya con menos resentimiento y más claridad.
La enseñanza es clara: no todo conflicto es malo si se canaliza de manera correcta. Lo que realmente daña a un equipo, en el deporte o en la vida, no es la confrontación en sí, sino lo que pasa cuando se evita o se deja crecer en silencio.
En el mundo laboral o personal, esto se traduce en situaciones que todos hemos vivido: un malentendido con un compañero, una frustración con un jefe, un desacuerdo sobre un tema con nuestra pareja. Si esos roces se dejan guardados, el resentimiento crece, y tarde o temprano estalla… casi siempre en el peor momento. ¡Y ya valió!
En cambio, sí existen espacios y reglas para hablarlo —como una reunión bien moderada o una retroalimentación honesta—, la tensión se libera y el equipo avanza. Según un estudio de Harvard Business Review, se encontró que los equipos que afrontan los conflictos de forma abierta y respetuosa tienen un 25% más de desempeño que aquellos que los evitan. El secreto está en definir un lugar seguro (donde), un momento adecuado (cuando) y un objetivo claro (que): resolver, no destruir.
En la vida, nuestras “peleas” no tienen que ser físicas. Pueden ser esas conversaciones difíciles que evitamos tener con un socio, un amigo o un familiar. Lo importante es recordar que no enfrentar el conflicto no lo elimina; solo lo posterga y lo hace crecer. Encontrar el momento, el lugar y la forma de hablar las cosas puede ser incómodo, pero es mucho más saludable que dejar que la presión se acumule.
Como dijo Patrick Lencioni, experto en trabajo en equipo: “Los equipos que evitan el conflicto son como familias que nunca discuten: por fuera parecen perfectas, pero por dentro están a punto de explotar.”
Tal vez no todos jugamos hockey profesional, pero todos tenemos un “juego” en el que convivimos con otros: el trabajo, la familia, los amigos. Y en todos esos espacios, saber cuándo y cómo “pelear” puede ser la diferencia entre un grupo roto y uno que sigue adelante más fuerte. ¿Los tienes? ¡Qué esperas!