Texas. Petróleo. Fútbol.
Deja de observar, participa.
Hace unos días vi el ranking del Fútbol Americano Colegial (NCAAF) y en los primeros lugares aparece Texas Tech, algo muy raro… Una universidad que durante años había pasado desapercibida en el fútbol americano colegial, lleva 9 ganados y 1 perdido, clasificada como la #8 del NCAAF. ¿Cómo le hicieron para llegar ahí?
En menos de un año, los exalumnos y empresarios vinculados a la universidad — muchos de ellos ligados a la industria petrolera del oeste de Texas — recaudaron 49 millones de dólares para transformar por completo el programa.
Construyeron un centro de entrenamiento de $242 millones.
Ficharon a la mejor clase de transferencias del país.
Apostaron por un proyecto integral.
A simple vista, podría parecer otra historia de dinero en el deporte. Pero es mucho más que eso.
El éxito de Texas Tech no nació en el campo. Nació en el contexto. En una región donde el petróleo es parte de la identidad, donde el sentido de comunidad es profundo y donde los exalumnos no se quedaron en la tribuna, decidieron jugar.
Uno de los donadores más activos lo explicó sin rodeos: “Los grandes siempre han tenido apoyo. ¿Por qué no nosotros?”
Mientras otros se quejaban del nuevo sistema que permite a los jugadores recibir pagos por su imagen, ellos vieron una oportunidad. Actuaron rápido, reunieron a empresarios, exjugadores y directivos, y convirtieron el orgullo local en motor de desarrollo. Porque el contexto, cuando se entiende y se usa bien, no solo explica lo que pasa… lo potencia.
El entrenador, Joey McGuire, también es parte de esa ecuación. Texano desde la cuna, con más acento que protocolo, y una energía contagiosa que hace que la gente crea. McGuire no llegó con un discurso elocuente, sino con una idea simple: construir una cultura donde todos participen. Hoy, su roster está lleno de jugadores nacidos en Texas. Muchos que habían emigrado a otros estados regresaron para ser parte de algo que sintieran propio. Y eso solo pasa cuando hay una conexión real entre líderes, comunidad y propósito.
Lo impresionante de esta historia no es solo que Texas Tech esté ganando. Es que todo un ecosistema decidió ganar junto.
Los exalumnos invirtieron. Los empresarios creyeron. Los estudiantes se involucraron… y la universidad canalizó esa energía en un proyecto que hoy inspira. Como dice un refrán: “Cuando el río suena, es porque todos están empujando el agua.” Y así pasa con las instituciones, las empresas o las familias: cuando cada quien hace su parte, los resultados llegan.
Texas Tech entendió algo que muchas organizaciones — y sociedades — olvidan: el desarrollo no depende solo de los líderes, sino de todos los que rodean al proyecto.
No basta con tener talento o ambición. Hace falta comunidad, compromiso y participación. El progreso no es producto del azar, sino de la suma de voluntades. De personas que deciden dejar de observar y se atreven a construir. Recuerda: “El que quiere hacer algo, encuentra el modo. El que no, encuentra una excusa.”
En la empresa, en el deporte o en la vida, el contexto importa. Pero más importante aún es quién se atreve a activarlo. Texas Tech no solo tiene petróleo, tiene propósito. Y eso marca toda la diferencia. Porque al final, el desarrollo no ocurre por accidente. Ocurre cuando alguien levanta la mano y dice: “Yo también juego.”
Texas. Petróleo. Fútbol…. Y Comunidad.

